El director considera que la imagen, a diferencia de las letras, no necesita tanto tiempo para ser entendida.
Ignacio Vera de Rada / La Paz
Marcos Loayza Montoya (La Paz, 1959) estudió Arquitectura en la UMSA y Cine en la Escuela Internacional de Cine y Video de San Antonio de los Baños (Cuba). Así, a los 35 años debutó como guionista y director con Cuestión de fe, película que obtuvo valoraciones positivas de la crítica y varios reconocimientos en festivales de cine internacionales y que se convirtió en un clásico del cine boliviano. A esa cinta le siguieron largometrajes como Escrito en el agua (1998) o El corazón de Jesús (2004).
Además, a Marcos le gusta ver películas y leer, aunque admite que lee menos de lo que quisiera. También hace música (tiene un grupo musical) y entre sus autores y obras preferidos se cuentan Jaime Saenz (el de día, no el oscuro), Álvaro Mutis, los poetas de la generación del 28 y la poesía colombiana. También lee ensayo, teatro, crítica cinematográfica, libros de religión, filosofía (Pascal, Montaigne, Kierkegaard) y teoría del arte.
Siempre se interesó por distintas expresiones del arte que están más allá del cine. Desde ya hace varios años, el dibujo es una de ellas. En su taller, que es una buhardilla con cuadernos, pinceles y decenas de lápices de colores por doquier, Marcos Loayza, mientras va dibujando, me comparte aspectos sobre su vida como creador y sus ideas sobre la sociedad boliviana.
¿Cómo y cuándo nació tu pasión por el dibujo?
Dibujé toda mi vida, desde niño. En el colegio me la pasaba dibujando. Dibujé en Hoy, en Presencia, en La Razón, en Los Tiempos, en Caraspas, en Pulso… en todos esos medios y de diversas maneras. Recuerdo que había una columna, Moraleja, donde yo dibujaba, hasta que una persona, Exeni, les comenzó a aumentar cosas a mis dibujos para atacar a sus enemigos políticos, y por ese motivo renuncié. También había un suplemento económico donde tenía una tira… Algunas veces me invitaron a exponer y lo hice… Me considero solo un dibujante, no un artista plástico, ni un pintor, ni un ilustrador. Más allá de esto, también tuve programas de radio cuando era joven, en los que hablaba sobre música.
El dibujo es una manera de pensamiento. Esta radio o esta mesa (señala con el dedo) no puedes hacerlas con palabras; entonces, muchas creaciones que nacieron a partir de imágenes se las tuvo que dibujar. Una casa, un tornillo, nacieron como un dibujo. Hay muchas cosas que solo se pueden entender de manera visual. El dibujo tiene una capacidad de síntesis que no tiene la palabra. La imagen, a diferencia de las letras, no necesita tanto tiempo para ser entendida.
Este año se cumplen 30 años del estreno de Cuestión de fe (1995), película que pasó a ser un clásico del cine boliviano. ¿Qué sería lo que rescatarías, ya sea de la historia o de la técnica fílmica, de aquella obra?
Por suerte la película no ha envejecido tanto. La reestrenaremos este año, con 5.1 de sonido y 4K. Creo que es una película que envejeció bien… Es como un símbolo. Pienso que es una de las películas que reflejaron el sentimiento democrático: aceptar al Otro, amistarte con él, pese a que este te perjudique. Ese aprendizaje me parece importante, porque ahora la gente está muy polarizada, no quiere aceptar al Otro; se acusan de fascistas o intolerantes. Yo creo que la democracia que tuvimos desde los 80 fue uno de los momentos más luminosos que tuvo el país; fue donde más se avanzó en muchas cosas, y creo que Cuestión de fe refleja eso, ese encuentro; el Otro se convierte alguien con quien puedes irte a tomar un trago y con quien puedes terminar dándote un abrazo. Como todo periodo, aquel de la democracia tuvo sus cosas malas, hubo políticos que usufructuaron del poder y robaron… Pero más allá de eso hubo grandes avances, como la institucionalidad, y se nos perdonó la deuda externa; éramos el país que tenía más parques naturales. Pero ahora todo eso se ha perdido. Bueno, yo creo que Cuestión de fe tiene todo eso. (El corazón de Jesús sería la contraparte: el desencanto de ese periodo democrático…)
Es una película que está entre el drama y la comedia, igual que Averno… En ambas se toca el asunto de la superstición y las deidades, pero de diferente manera. ¿Crees que estos temas están muy presentes en las sensibilidades bolivianas?
Por supuesto: somos herejes y feligreses a la vez. Creemos en todo; hay mucha presencia religiosa. En este país hay casi todas las religiones; siempre encontrarás a alguien hinduista, zen, cristiano o católico… Pero aparte, la gente ch’alla y en las Alasitas se compran miniaturas. Y ahora creen en el Año Nuevo chino. Es parte de nuestra pobreza: somos un país esperanzado, no realizado… Creemos en muchas cosas a la vez, es como una suma de creencias. Si analizas el pensamiento andino, ves que está cargado de otras religiones y filosofías; hay un sincretismo que da la bienvenida a todo. Si pagas a un kallawaya para que te haga una mesa, pondrá elementos del cristianismo, del marxismo, del pachamamismo… Ahora bien, somos un país de aparentemente mucha tradición, pero a la vez de mucho cambio. Por ejemplo, no se puede cambiar la fecha de Urkupiña; sin embargo, todo alrededor va cambiando… Y al mismo tiempo la tradición pesa mucho aquí.
30 años pasan desde el estreno de Cuestión de fe (1995) hasta el de Averno (2018), tu película más reciente. En todos esos años, ¿cómo cambió tu forma de escribir guiones de cine y dirigir rodajes?
Uno supuestamente debería hacerse más sabio. Me ofrecieron reeditar alguna de mis películas, pero siempre que termino algo voy luego a otra cosa. Pero bueno, en la siguiente película siempre trato de mejorar, de no cometer los errores que cometí en la anterior. En cuestiones de guion aprendí mucho… Si bien en Cuestión de fe ya había llevado cursos de guion, seguía siendo intuitivo. Si algo leí mucho, es sobre guiones (debo tener una de las mejores colecciones de libros sobre esa temática). Entonces, supuestamente mejoré mis guiones.
Cuestión de fe es un road movie sencillo que toca al espectador más allá de la razón; en Averno hay más intención deliberada de hacer símbolos, y por eso hay gente que no entendió la película, pero también hay personas que quedaron alucinadas; esa era la intención. Creo que en esos aspectos cambié; hay mucha más racionalidad en este sentido. Siempre traté de hacer películas como cebollas: para que el espectador elija el nivel de profundidad para entenderlas. Averno es mucho más encriptada, pero hay gente que igual la disfruta como película de comedia. No obstante, también cuenta cosas de la mitología andina, de la propia literatura paceña (como Saenz, etc.).
En los últimos años estuviste dando talleres de cine en el Goethe Institut. ¿Crees que el cine, más allá de ser entretenimiento, puede formar una conciencia crítica en los estudiantes que se inscriben en tus cursos?
En realidad, doy talleres desde los 80. Es una manera de devolver lo que uno sabe y ordenar sus propios pensamientos. En esos talleres, además, reclutas gente (ríe). Son tiempos difíciles. Se hace poco cine en Bolivia y de las últimas 10 películas, tres tratan sobre influencers y youtubers. Como en los teléfonos inteligentes hay muchas herramientas para hacer videos (hoy con una inversión de 2 mil dólares podrías hacer una película, cuando antes necesitabas unos 200 mil en equipos) y hay programas de edición, se puede hacer buenos videos, pero ya todo el mundo siente que es un buen cineasta. Y no es así. Tampoco hay suplementos de crítica o reseñas. En todas las ciudades grandes del mundo, semanalmente encuentras las críticas de las películas, los discos y libros que se estrenaron; aquí no hay eso. Si preguntas a una persona qué películas están en cartelera actualmente, no sabe; debe ir al cine a enterarse allá, lo cual no tiene sentido, porque se debería ir al cine porque le gustó una determinada obra. No debería ser una actividad aleatoria.
Cuando yo estudié cine, me di cuenta de que era un ignorante y de los que menos formación cinematográfica tenían. Ahora bien, aquí en Bolivia no hay una cultura de hacer ciclos de cine, no hay costumbre cinéfila. Si hay cineclubs, son muy pequeños y la cartelera de los cines es bastante pobre: no hay, por ejemplo, una película hindú, una de festivales, una de cine alternativo, una de cine independiente, una de autor consagrado… Hay que admitir que somos bastante ignorantes. El streaming ayuda, pero en general es muy poco lo que se ve.
¿Cuál crees que es el valor del cine en una sociedad y cómo piensas que la sociedad boliviana se vio influenciada por el cine en todas estas décadas?
Cuestión de fe tuvo 300 mil espectadores registrados, pero hasta ahora hay flotas que la siguen pasando de manera pirata (ríe)…, lo cual no se puede medir. Pero me imagino que sí influenció. Las películas de Sanjinés influenciaron. Sin embargo, el arte no te cambiará una sociedad y creo que sería una ingenuidad pensar que tu obra la podría cambiar. Si quieres cambiarla, entra en política. El arte tiene otros valores; puede ayudarte a vivir por dentro… No conozco a una persona que pueda decir: “Este político me cambió la vida” (aunque sí te la puede joder), pero sí a varias que pueden decir: “Esta película o este libro me cambió o marcó”. El arte habla a una persona, no a una sociedad. Puede cambiar a ciertas personas. Habla al alma, al espíritu, no a la razón.
En Bolivia los artistas lo pasan muy mal, porque hay una sociedad que valora poco el patrimonio; por ejemplo, vas a los libros viejos y ves cómo nietos venden las bibliotecas de sus abuelos o ves cómo usan las casas de sus abuelos para levantar edificios…, que las pinturas de los pintores no existen más. El patrimonio se lo vende.
¿Cuál sería tu mirada crítica sobre el mundo cinematográfico boliviano?
Funciona muy poco. Nos engañaron… En diciembre de 2018 se implementó la Ley de Cine, pero hasta ahora no hay nada, no tiene reglamento… Ya son siete años de eso. Estamos muy abandonados en ese sentido. No hay una protección, no hay incentivo… Y una película es como la carta de presentación para afuera… Hace muchos años, por ejemplo, hubo un comercial que se hizo en Bolivia para Japón, sobre el Salar de Uyuni. Terminaba con personas que miraban el cielo estrellado… y es por esa pieza audiovisual que todavía vienen muchas personas: para ver el cielo estrellado, no el salar. Entonces es evidente: la gente quiere ir a París o Nueva York porque los vio en el cine. Casi todos los países que tienen cine, tienen academias y sindicatos fuertes. Aquí todos están sindicalizados, pero no los cineastas. Hay además grupos aislados y peleados entre sí, y obviamente divididos se trabaja menos que unidos.
Yo era miembro de la Cinemateca, pero luego tuve discrepancias. Creo en la institucionalización… Espero que les vaya bien, les tengo mucho cariño. No sé cómo estará ahora; dejé de ir. Sí sé que hay algunos cambios y espero que sean para bien.
Hablemos de tus dibujos… He visto muchos que están en tu perfil de Instagram, que es para muchos artistas una especie de galería virtual.
El dibujo tiene muchas variables: ideas fijas, conceptos o maneras de entender la sociedad. Puede explicarte lo que pienso de un burócrata o lo que es una bestia… Pero también tiene una variante política o puramente plástica, sin necesidad de ser abstracto. El dibujo tiene la capacidad de explicarte las cosas (cuando hago cosas abstractas, son para mí, para las composiciones de mis películas), transmite una idea clara, es como el plano de un puente. Tiene algo de humor y a veces, el valor de la obra de arte: textura, plástica… También tengo retratos de gente inexistente, que es el valor del arte mismo.
Expongo poco porque publico en Instagram y en un blog; ese es el público que tengo, que deben ser unas mil visitas por mes. Cuando expones no llegas a tanta gente; tendrás 100 invitados en la inauguración y 100 o 200 durante toda la exposición… para 20 dibujos. Y vendo poco, pero vendo… Los precios de los dibujos enmarcados pueden oscilar entre los 500 y los 1000 bolivianos. Generalmente, me compra la gente joven que me escribe. A veces, mandar afuera es difícil, porque además ya no tenemos correos. Somos un país aislado condenado al courier.
¿En qué momentos de tu día dibujas? ¿Cómo es el proceso creativo?
Generalmente me levanto y dibujo en las mañanas, pero dibujé durante mucho tiempo en los momentos de espera, en las horas muertas, en las reuniones… Tengo agendas en las cuales lo hago. Dibujo sin sentido… de repente una forma, algo que copio, algo que me gusta… Y después ya paso al papel algunas de esas cosas. A veces estudio dibujos de otros dibujantes, los miro y estudio cómo los hicieron; a veces dibujo de memoria, pero además es por épocas, porque ahora, por ejemplo, me copio a mí mismo. Uso lápices de colores, acuarelas y tinta. En general, es mixto lo que puedo hacer. Lo interesante es que los pintores, como los literatos a los cineastas, generalmente miran desde arriba a los dibujantes. Yo rompo todo aquello y rescato el arte en plena libertad, que de repente no tiene la valoración de toda la comunidad, pero sí fieles seguidores.
Hace poco se lanzó el libro Genio y figura, de Juan Carlos Salazar, cuyos textos están acompañados por dibujos tuyos, los cuales se fueron publicando en el suplemento LetraSiete, del desaparecido Página Siete. ¿Podrías contarme algo de esa experiencia?
Me invitaron para que dibuje. Me decían sobre el personaje que debía retratar, como ser Cantinflas, y nada más. Lo interesante era que los mejores retratos que hacía, a la gente no les gustaba porque no se parecían al retratado. Pero creo que los mejores son aquellos que agarran el alma de la persona, porque si no, para eso agarro una foto y le saco una fotocopia o la calco.
Era como un juego. Generalmente tenía cierta relación o una manera de acercarme a la persona retratada, y a veces coincidía plenamente. Pero también hay muchos dictadores y autócratas a los que dibujé, como Pinochet. Sin embargo, en el caso del libro del Gato, eran casi todos queribles. Por ejemplo, de Violeta Parra me atrae mucho más la historia de amor que tuvo; era una persona muy insoportable, muy tóxica. La gente dice que ella no cantaba bien, pero en el fondo ella canta lo que es. Entonces, mi percepción de ella es totalmente diferente de como fue; es una visión crítica, como una persona que no fue agradable, sino hosca, difícil.
Finalmente, como artista, ¿cómo ves el panorama social y político boliviano?
Se empobreció mucho. Actualmente, ¿qué es lo que tienen los políticos? Ego. En el siglo pasado, si querías ser político, mínimo tenías que ser abogado, o economista, o sociólogo; era una condición sine qua non, una condición mínima… Ahora no; más bien debes meterte a un sindicato o una federación. No son personas que se formaron. Hay sociedades que aún eligen al mejor, al más destacado, que puede no ser un académico. Pero aquí hay un nivel muy bajo. Se sienten iluminados, y por eso creen que toda la sociedad tiene que ayudarlos para que liberen a aquella. Es un círculo vicioso alimentado por el ego… Y actualmente no hay pensadores políticos. Y los que hay, están repitiendo teorías; no hay pensamiento propio. Hay una intelligentsia paupérrima en Bolivia; si la gente no lee, si no hay suplementos culturales, ¿de qué intelligentsia podemos hablar? Y hay mucha política de calle… No hay combate de ideas, sino cancelación. Por ejemplo, todo el pensamiento del liberalismo y antimovimientista ha desaparecido. La BBB tiene ausencias porque este era fascista, aquel era machista, el otro era camba, verde o azul…