lunes, enero 15

Andrés Gómez Vela




Cuando Tupa cruzaba con sigilo, miedo e incertidumbre entre dos estrechos muros de cajones de cerveza en busca del Averno, percibí que la vida es un recipiente de alcohol en ese mundo donde la lujuria, la ira, la soberbia, la ilegalidad y la violencia terminan ahogando a seres ya ausentes en un bar que va camino a convertirse en una piscina de tragos amargos.

Marcos Loayza nos lleva en su nueva película a la ladera oeste de la ciudad de La Paz, por donde se descuelga El Alto y desde donde ostenta su poder económico (a estas alturas) la vieja burguesía chola, que baila y bebe hasta el éxtasis en honor a casi todos los santos, pero con especial preferencia a uno que está montado sobre su caballo y en quien deposita su fe para cristalizar hasta sus deseos non sanctos.

La obra cinematográfica transcurre en una larga noche paceña de realismo, surrealismo, realismo mágico, mito, simbolismo y alegoría. El Averno es una composición de fotografías, radiografías y ecografías psicosociales de una parte de la sociedad boliviana; una secuencia de escenas en las cuales el espectador si es paceño, identificará y se extenderá en míticos personajes regionales; si es de otra ciudad, conocerá la parte desconocida de un grupo social muy conocido; y si es extranjero, constatará el sincretismo religioso y el mestizaje cultural del occidente de Bolivia.      

La película comienza con una pesadilla del protagonista, Tupa, interpretado muy bien por Paolo Vargas, y termina con una simbólica y surreal pelea   Tupa vs. Tupa. La marcha fúnebre de apertura y de cierre subraya que no todo acaba con la muerte porque los que se fueron siguen presentes en forma de mitos, leyendas, “calaveritas” o mientras persistan en la memoria de los que se quedaron por ahora.

Particularmente, me causó gracia ver al Tata Santiago ebrio y algo desaliñado, el santo más venerado de Bolivia en cuyo honor fueron bautizados decenas de pueblos: Santiago de Guaqui, Santiago de Huari, Santiago de Huañuma, Santiago de Huata, Santiago de Bombori (y hasta Santiago de Chile, solía decir mi tío Natalio Vela, que era yatiri). 

Me lo imaginé en ese momento de la película, administrando milagros a sus devotos desde su papel de médico, abogado y militar, pero ya no pude imaginar si tenía algún método para seleccionar a  quiénes beneficiar y a   quiénes excluir de su bendición.

A ratos es agobiante y desesperanzadora la aventura de Tupa, tal vez por su inocencia y por los obstáculos que enfrenta para llegar hasta el Averno, que puede ser cualquier lugar y estar en cualquier parte a donde uno arriba al final de la noche y al principio del día después de intensas horas concupiscentes y bajo el peligro de eternizarse en aquel espacio sin tiempo ni espacio que no es el infierno, pero tampoco el cielo, menos el purgatorio.     

Loayza muestra, a través de sus personajes, que al final la vida consiste en saber decir no o sí y en la tenacidad de recorrer el camino elegido que, sin importar el destino, siempre estará plagado de buenas y malas personas y de circunstancias inesperadas. También consiste en decirse no o sí a uno mismo ante las tentaciones o debilidades, lo que está reflejado de forma simbólica en la pelea Tupa vs. Tupa.

Las escenas ensambladas entre el realismo y el surrealismo causan sensaciones (según el alma ambulante de cada quien) que pueden ir y venir entre la descarnada exposición de estereotipos de la burguesía chola como la ostentación, la borrachera y su poder económico acumulado no siempre sobre actividades legales; y la acertada reflexión sobre la religiosidad condenada al alcoholismo.

Sea cual fuere la sensación, uno sale de la sala con la impresión de haber visto algo que ya vivió, o ya conoció; o, finalmente, alguien ya se lo contó, pero no con la maestría de Marcos Loayza.

El Averno merece ser vista e interpretada, no sólo porque es una película nacional, sino porque es juicioso atisbar desde la butaca una parte del ser boliviano, en este caso, paceño.
      
Andrés Gómez Vela es periodista. 

Miguel Gutiérrez







Marcos Loayza
 podría haberse limitado a hacer una simple celebración de tradiciones y relatos urbanos. La enésima y genérica aproximación a Viscarra disfrazada de "cine independiente" o "cine social" sin mucha más sustancia ni novedad y hubiera salido bien parado; por que fuera de las aulas de las facultades, el experimento todavía es "novedoso" y más o menos inusual de cara a un público que en cuanto a cine nacional se refiere y con pocas excepciones en los últimos años, está acostumbrado a ver la futilidad hecha largometraje: cine "popular" que bebe más de lo peor que se produce en Perú o México que de reconocidos autores (y ya ni hablar de plasmar nuestra esencia y cultura, o tener la más mínima ambición artística).
Pero Marcos Loayza ha dicho "FUCK IT" como sólo un autor lo podría hacer y ha construído una fábula fantástica que no se corta ni se contiene a la hora de desplegar un imaginario prácticamente inabarcable. Decir que es rico en referencias es quedarse corto. Loayza ha triunfado donde (por citar el primer bodrio que se me ha ocurrido) David Ayer a fallado épicamente con Bright. Ha fusionado PERFECTAMENTE la ciudad, nuestra pinshi ciudad maravilla, con los tugurios de nuestras tradiciones para crear UN MUNDO NUEVO que no deja de ser 100% nuestro y al mismo tiempo distinto, surrealista, onírico y atemporal. Donde reconocemos muchos lugares y al mismo tiempo se nos revelan como escenarios que nunca hemos pisado. Nada desestimable ventaja del cine que ya quisieran las 8 artes restantes, y que se aprovecha categóricamente en la película. En Averno hay incluso potencial de franquicia.
Hablemos técnicamente: La dirección de arte es magistral y la fotografía es espléndida. Averno se ve beneficiada por una atmósfera visual irrepetible e inédita en la pantalla grande. Cada toma está hecha con mimo, "con cariño" como diría un colega artista. El presupuesto es risible comparado a las cifras que se manejan en Hollywood (incluso en el cine "endeeehh") y aún así luce más pro que tantas Oscar-bait de usar y tirar que salen cada año. Gran falencia (o virtud para algunos, hay gente para todo) de otras propuestas nacionales es que no se logra (o ni se intenta) disimular ésto y a los 5 minutos uno ya está fuera de la película. En Averno no es que le hayan sacado el jugo al budget; es que han hecho que parezca la primera gran super-producción boliviana a punta de ingenio y arte. Averno es una de las películas bolivianas con factura técnica más impecables de todos los tiempos. "Gorgeous looking" diría Chris Stuckman y se quedaría corto.
Pero a pesar de todo hay algunos detalles cuestionables que no escapan a la atención; como algunos de los actores. Hay una diferencia notable entre Tupah interactuando con su familia y Tupah interactuando con sus amigos lustrabotas. Algunos de los estrafalarios personajes son muy entrañables y algunos parecen Jared Leto en Suicide Squad. Por ahí dicen que la esencia de la historia y la inmersión a la cual se presta el espectador hacen que se disculpe un poquito el hecho que tal vez nuestro protagonista es un poco.... inexpresivo, tal vez incluso indiferente ante el grotesco carnaval urbano que desfila ante sus ojos pues es éste el centro de la historia y no tanto el personaje que es más una excusa para ir y venir por la ciudad. Discrepar con ésto sería como discrepar con Nolan en Dunkirk y no sé si estoy preparado para semejante herejía.... pero me voy a arriesgar principalmente por que, como dije, hay personajes asolutamente memorables, inolvidables y con una caracterización del carajo. El contraste es muy fuerte para pasarlo por alto.
Tampoco me gustaron mucho las escenas de pelea; o sea tampoco pido The Raid, pero...
Para finalizar vamos a darle palo al Dakar because why the fuck not. ¿Quién les manda montar el circo populista la misma semana del estreno de Averno? No seré el único en comparar la futilidad de ésta especie de Juegos del Hambre con autitos con las que nos atragantan cada Enero, con lo que debería ser (y es de hecho) el evento cultural a nivel nacional más importante de la temporada.
A un nivel estrictamente patriótico encuentro más necesario e incluso lógico que se apague el televisor de una buena vez y se vaya a apoyar el cine nacional (aquí apaguen el celular también por que JO-DER... toda la película buscando el Averno y cuando llegan al Averno sacan el celular para whatsappear, por gente así nos ralean los aliens).
Ojalá hubiera ésta película en Stardust para seguir la plática y difundir el boca a boca; pero que bien que haya en Filmaffinity y Letterboxd (no somos una industria tan X como pensé LOL).
8/10 y pienso repetir.

Andrés Canedo

AVERNO



Cine Boliviano
Dirección: Marcos Loayza
Orfeo viaja a los infiernos con el objeto de rescatar a su amada; Tupah, viaja al Averno para rescatar (traer) a su tío, el músico de una banda; una banda de música (metales y percusión) en el más puro sentido boliviano. Ambas historias, aunque con este rasgo que las acerca, son en realidad muy distintas y con finales opuestos. El infierno de Orfeo, era un verdadero Hades; el Averno de Tupah, es un bar que, sin embargo, es el infierno.
Tupah, es un joven lustrabotas, hijo de una chola, que empieza teniendo una pesadilla, sin saber que al día siguiente se sumergirá, consciente, en otra, más terrible, más asombrosa, en la que varios seres malignos le anunciarán su muerte para el fin de la jornada y, otros, benignos, tratarán de protegerlo, tránsito que él realizará, a través del submundo de la noche paceña, protegido sobre todo por su absoluta inocencia. Es que la orden perentoria que le da ese personaje influyente, ligado con la policía, de buscar y traer a su tío el músico, alcohólico consuetudinario, no admite vacilaciones. Así lo veremos deambular a través de los meandros de la noche por los lugares más terribles de La Paz. En este largo viaje hacia la noche, se enfrentará a las situaciones más tremendas y recorrerá una escenografía surrealista encontrándose con personajes de la mitología aymara que son apariciones insospechadas y que él resistirá con la fuerza de su candor. También, personas reales, las putas por ejemplo, lo protegerán mientras se dirige hacia su destino en el Averno. Son las estaciones de ese tránsito, las que colman de belleza a la película, en un recorrido por lugares y personajes que nos sacuden no por su irrealidad, sino porque nos recuerdan, aunque lejanamente, situaciones que nosotros mismos hemos vivido. Dos momentos notables son, por ejemplo, ese caminar esquivando las máscaras diseminadas en el piso, o el bar con el piso líquido, en el que los bebedores chapotean, lleno de la cerveza que ellos mismos brindan como homenaje a la Pachamama. Mucho de lo que sucede en esa noche, nos lleva al recuerdo de imágenes, o más bien de emociones, que quedaron en nuestra memoria de los espacios en que transcurre Felipe Delgado, la novela de Jaime Sáenz. Es más, uno de los personajes de la película durante este tránsito, es don Jaime, cuya caracterización nos recuerda imperiosamente al citado poeta, experto, lo sabemos, en los misterios más oscuros de la noche paceña. Si la escenografía, dentro de su refulgir tenebroso es deslumbrante, también lo es el vestuario de los habitantes de los bares y la actitud de los personajes allí mostrados, a veces hierática, a veces congruentemente absurda, a veces aterradora.
Finalmente Tupah, ya en el fondo del Averno, se enfrentará a Kusillo para decidir su destino. Sería inútil tratar de desentrañar las razones últimas de este enfrentamiento (si bien se nos hace claro que es la condición necesaria para llevarse al tío) pues el Kusillo, que hasta donde sabemos es una especie de bufón alegre, oficia aquí como el príncipe de los infiernos. No es posible establecer una ilación lógica en los sueños y la película de Loayza, de alguna manera, es también como una pesadilla. Todos los personajes (algunos que responden a la realidad y otros que están apenas en el límite de la misma e incluso más allá) están muy bien actuados y Tupah (Paolo Vargas) nos pareció impecable, sobre todo en su capacidad de transmitir una inocencia que lo cubre y lo protege, que le brinda invulnerabilidad, en medio de los terribles sucesos que le acontecen. De los otros actores, sólo pude reconocer a Fred Nuñez y Cacho Mendieta (los créditos sólo aparecen al final y no es posible recordarlos) pero la actuación, en general, no muestra grietas. La iluminación es también notable y hace posible el generar ese ambiente onírico en el que transcurren las escenas. No es mi oficio y no podría hablar con conocimiento de encuadres, planos o secuencias, pero a mí, como espectador común, me parecieron justos. Es que la película es prolija, elaborada con la pasión y la constancia de un artesano. Había visto antes dos obras de Marcos Loayza, las dos abundantemente premiadas: Cuestión de Fe y El corazón de Jesús. Sin embargo, tengo la impresión que Averno es una obra mayor, por su precisión, por sus detalles laboriosos, por su belleza visual y por su historia inusual que nos atrapa y nos hace verla, durante todo su transcurso, con absoluto respeto. En eso se fundamenta, pienso, su universalidad, a pesar de ser tan intrínsecamente paceña. Uno sale del cine meditando y, si se me permite la expresión, “en estado artístico”, que es, de alguna manera, un estado de gracia debido a los dones recibidos. Hay que verla, es necesario, es imperativo, para enfrentarse a una notable experiencia espiritual que nos llega a través de los sentidos.
Aunque hace muchos años que no nos vemos, he sido, soy, amigo de Marcos Loayza. Es por eso, que a pesar de mi situación que me obliga a ahorrar cuanto se pueda, decidí ir al cine, brindarme un premio y una satisfacción que me los merezco; eso me dije y no me equivoqué. Fue también la intuición la que me impulsaba a ir a ver esta película. Y ese fenómeno, no racional, me recompensó abundantemente, como cuando intuíamos que nos encontraríamos con una mujer hermosa en todos los sentidos y que la vida, como consecuencia de ello, nos honraría con su maravilla.
Andrés Canedo

viernes, enero 12

‘Averno’, un viaje al ‘Manqha Pacha’

‘Averno’, un viaje al ‘Manqha Pacha’ y a la bohemia nocturna de la ciudad de La Paz

El director boliviano Marcos Loayza da rienda suelta a la mitología andina en su nuevo filme



Averno, un lugar del imaginario de los habitantes andinos donde conviven vivos y muertos y donde todo encuentra su cara opuesta. Muchos han oído nombrarlo, pero muy pocos verlo. Tupah, un joven lustrabotas, debe hallarlo para rescatar a su tío Jacinto. El director boliviano Marcos Loayza da rienda suelta a la mitología andina en su séptimo largometraje. En su nuevo filme se libera creativamente y propone un viaje al Manqha Pacha, el submundo en la cosmovisión aimara, "pero que no es el infierno", explica. La noche bohemia y misteriosa de la ciudad de La Paz, Bolivia, llevará el hilo conductor de esta aventura, que encontrará al protagonista con leyendas urbanas y los seres mitológicos andino-amazónicos que merodean las calles de la sede de Gobierno de este país andino.
Loayza, de amplia trayectoria en el cine boliviano, trabajó en la creación de Averno durante 10 años. En este, su séptimo largometraje, se metió de lleno en el estudio de la cosmovisión andina. Cuenta que pasó más de dos meses en la Biblioteca Nacional de la República Argentina, allá por 2007, revisando material bibliográfico. Además se nutrió del relato oral de especialistas en la materia, cuentos, leyendas y el Vocabulario de la Lengua Aymara (1612), del sacerdote jesuita Ludovico Bertonio, para tratar de encontrar el subconsciente de los andes. “Ha sido un trabajo de investigación y también de cariño. Fue como armar un rompecabezas. He tenido que llenar una cantidad de piezas vacías y después se han ido juntando”, explica el director.
Veintitrés años han pasado desde que Loayza hiciera su debut en la dirección con Cuestión de Fe, película con la que fue reconocido en festivales como los de Biarritz, La Habana y Cartagena, en Francia, Cuba y Colombia, respectivamente. Después del primer pase que realizó de Averno para invitados, se encontraba más relajado. No puede encajar a su filme en un solo género, pero eso no lo estresa. Lo considera en parte como una road movie –un género que ha acompañado a algunas de sus anteriores producciones–, pero con toques de aventura, terror y elementos barrocos. Dice que es un largometraje "más ambicioso, más trabajado", respecto a sus producciones anteriores.
Loayza hace hincapié en las 36 nacionalidades indígenas reconocidas en Bolivia y cómo estas, a pesar de estar divididas en la parte andina y amazónica, tienen muchas coincidencias. Fue así que dio con las criaturas mitológicas que retrata en su filme. Personajes como el anchuanchu (una divinidad que habita en el subsuelo y las tinieblas), el kusillo (personaje mítico de apariencia bufonesca), o las kataris (serpientes en aimara, identificadas en el mundo andino con la luz) se juntan con la noche y la vida bohemia de La Paz.


El fallecido escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, en su obra Borracho estaba, pero me acuerdo – Memorias de Víctor Hugo, recuerda a El Averno, el verdadero y mítico bar, así: “Es una de las cantinas con categoría, en sus buenos tiempos era una verdadera antesala del infierno, allí hubieron infinidad de asaltos, violaciones y peleas, atracos y uno que otro asesinato (…) Don Víctor, dueño de El Averno, se esmeró en decorar apropiadamente su local haciendo pintar en sus paredes escenas sacadas de la Divina Comedia”.

Un espejo distorsionado

Parte del reto y desafío de Loayza y su equipo fue recrear estos sitios que ya no existen, pero que se mantienen como leyendas urbanas en el imaginario colectivo. Uno de los aciertos del director es mantener este misticismo mágico gracias a una destacada dirección de arte y búsqueda de locaciones. "Se han recreado una cantidad de lugares a partir de cierta información que había en la literatura y en gran parte en la imaginación, para que quede esa incertidumbre, para que el espectador no sepa dónde se encuentra", agrega Loayza.
La propuesta fantasiosa, según cuenta el realizador, también se nutre de obras cinematográficas como El mago de Oz y literarias como Alicia en el país de las maravillas. "Generalmente en todas mis películas yo ponía un espejo de la realidad al espectador para que se pueda reconocer. Este es un espejo totalmente distorsionado, que no te muestra la realidad, sino más bien los sueños del espectador o le invita a hacer eso", afirma el director.
Con Averno, Loayza se aleja de lo que había hecho tradicionalmente en su filmografía. Eso le ha permitido sentirse "liberado", sin temor a lo que pueda opinar la gente. "Tenía un cine muy contenido. He dado un giro porque he empezado a prodigarme, llevar todo hacia fuera sin mayores miedos", añade el realizador paceño.
Loayza apostó por el estreno primero en Bolivia, antes de pensar en llevar su filme por eventos cinematográficos en el extranjero. Cree que antes los festivales necesitaban de los directores y las películas, ahora es al revés. Y eso "no le agrada del todo". Prefiere que Avernopueda tener su propio público y que vaya a las citas que mejor le puedan convenir.
Averno, como muchas otras producciones de países que no tienen una industria cinematográfica consolidada, batalló con el tema presupuestario. Es un mal recurrente que continúa afectando a las producciones bolivianas, según Loayza. "Este no es un país para artistas. La idea es que la sociedad, el Estado —en todas sus instancias, pueda valorar el arte y dejen de pensar que es un gasto. Cuando eso pueda cambiar, va a ser el paso más importante para la cultura y el cine nacional", finaliza.

Efe



El boliviano Marcos Loayza, uno de los cineastas más prestigiosos del cine suramericano, pone rostro a personajes que desde hace siglos llevan al libre albedrío del imaginario mitológico andino, en su nueva película "Averno" ambientada en leyendas urbanas de la bohemia nocturna de La Paz.
"Averno" relata el viaje que debe emprender Tupah, un joven lustrabotas de El Alto, ciudad vecina de La Paz, para buscar a su tío extraviado en un mundo lleno de seres de la mitología andina que transcurre de noche, explica Loayza en una entrevista con Efe.
En esa búsqueda, el joven "se encuentra con un montón de cosas" que "le van a cambiar la vida", señala.
"Es un viaje al mundo de abajo, lo que en aimara se dice 'Manqha Pacha'. De alguna manera, el sinónimo más concreto de ese submundo de abajo es Averno, (pero) que no es el infierno", sostiene.
"Por otro lado, dentro de las leyendas urbanas de esta ciudad estaba el bar Averno, un bar mítico que ya ha cerrado (...) pero por donde han pasado muchos intelectuales y mucha gente. Parte de la historia de la noche de esta ciudad ha transcurrido en ese bar", agrega el cineasta.
En ese viaje fantástico aparecen seres míticos andinos como el "anchancho", una especie de duende que transita en las fronteras del cielo y el infierno.
O el "Lari Lari", un personaje al que los católicos identifican como demonio y que, según Loayza, es como "un interlocutor de las fuerzas más oscuras".
No faltan los animales considerados sagrados como los sapos, muy vinculados con la "Pachamama" o Madre Tierra y presentes siempre en la cultura andina.
También están las "kataris" o "amarus", como se llama a las serpientes en aimara y quechua, respectivamente, animales identificados en el mundo andino con el "cambio" y la "luz", a diferencia de la cultura judeo cristiana, para la que significan traición, explica el realizador.
Además, aparecen otros personajes que sí existieron, pero que el cineasta considera "míticos" por su aporte a las letras y artes bolivianas, como el poeta Jaime Sáenz, el escritor René Bascopé o el pintor Humberto Jaimes.
El filme, que se estrenará el próximo jueves, es un proyecto que viene madurando desde hace once años, cuando Loayza hizo el documental "El estado de las cosas" y obtuvo una "materia prima muy grande" sobre las cosmovisiones indígenas, mediante entrevistas a líderes de los pueblos originarios, filósofos y pensadores.
"Lo que sucede con los mitos es que siempre están conectados. Todas las culturas tienen una versión del nacimiento del héroe, pero el mito lo que hace es encontrar el alma de cada sociedad", sostiene Loayza. Así, su "Averno", sería "el nacimiento de un héroe, pero desde el punto de vista de los Andes".
Nacido en La Paz en 1959, Loayza estudió arquitectura en la universidad estatal de esa ciudad y cine en Cuba.
Además de "Averno" y "El estado de las cosas", ha realizado los largometrajes "Cuestión de Fe" (1995), "Escrito en el agua" (1997), "El corazón de Jesús" (2004), "Qué culpa tiene el tomate" (2010) y "Las Bellas Durmientes" (2012).
Uno de sus filmes más laureados es "Cuestión de fe", premiado en festivales internacionales como los de La Habana, Cartagena (Colombia), Montevideo (mejor "opera prima"), Biarritz (Francia, premio especial del jurado) y Salamanca (España, mejor película).
"Averno" supone un "giro profundo" en el cine que acostumbra realizar, en el que pone al espectador ante un espejo "realista".
"En cambio esta película es un espejo totalmente distorsionado, no les muestro la realidad, sino les muestro sus sueños, su imaginario", asegura.
El filme también marcará el debut cinematográfico del boliviano Paolo Vargas, elegido para encarnar a Tupah por las similitudes que Loayza vio entre ambos.
Junto a Vargas actúan Leonel Fransezze, Alejandro Marañón, Cecilia 'Tika' Michel, Fred Núñez, Luigi Antezana y Raúl Beltrán, entre otros.
La película fue financiada con apoyo del Programa Ibermedia, con dinero obtenido a través de un fondo concursable de fomento cinematográfico de la Alcaldía de La Paz, pero fue sobre todo un emprendimiento propio que no tuvo respaldo estatal.
"Hemos pedido apoyo al Estado, al Ministerio de Culturas, y nos han negado. Tienen otras prioridades", señala Loayza, quien lamenta que siga siendo "muy difícil" hacer cine en Bolivia.
Con todo, aguarda el estreno del filme con algo de nervios, pues si bien lo hizo "con mucho cariño", uno no sabe "cómo va a reaccionar el público".
Concluye en que cada espectador podrá elegir "el nivel de profundidad o el tipo de lectura" que quiera darle a "Averno", ya sea como una película de aventuras, "costumbrista", esotérica, antropológica, o la relacionarán con situaciones culturales como "la fiesta, la noche, el rito, el alcohol".
La Razón (Edición Impresa) / Paula Jordán / La Paz
10:27 / 10 de enero de 2018



Marcos Loayza promociona su más reciente película, Averno, que se estrenará el 11 de enero en Bolivia. Fiel a su cinematografía, el cineasta rescata personajes, mitos y lugares de la ciudad, en un recorrido —esta vez mítico— por la identidad boliviana.
— ¿Con qué idea escribió el guion de la película?
— La idea era un poco recuperar una cantidad de espacios, de personajes y mitos urbanos que existen en la ciudad de La Paz y que  pueden explicarnos mejor.
— ¿Como identidad paceña?
— Como identidad boliviana, porque cuando estaba haciendo el guion entrevisté a líderes guaraníes, esejas, guanayec, además de quechuas y aymaras... cuando la gente habla de la cosmovisión andina, lo usa para fines simplemente o antropológicos o políticos. Todos nosotros, sin saberlo, respondemos también a eso, la idea es un poco tratar de explicarlo, ayudar a entender aquello.
— ¿Qué personajes vamos a poder encontrar?
— El Hilari, el Anchancho, el Humberto Viscarra, El Príncipe de la noche; son personajes urbanos que habían. Es una versión libre, pero  todos tienen un ancla en nuestro pensamiento. No hay nada que me haya inventado, que diga es mío. Ese creo que es el valor de Averno.
— ¿Cómo construyó la película a nivel narrativo?
— Es una película de aventuras, un viaje a través de la noche paceña. Antes, el sacrificio, el trago, la fiesta eran una ceremonia. Eso se va quedando. Entonces la noche de La Paz es muy ceremonial, la gente se prepara, sale. A partir de eso es mostrar todo un viaje a la noche.
— Hablemos del personaje y del actor principal
— Tupa es el personaje principal. El actor es Paolo Vargas... Tupa tiene pequeños cambios internos, pero al final es un proceso especial el del viaje mítico: el que cambia es el personaje, pero invita y cambia también el espectador. No es que el espectador presencie la dramática o el devenir del personaje para empatizar.
— ¿Cuánto tiempo le tomó la producción?
— Hemos tardado tres años en todo lo que es el proceso de la filmación, de la edición. Pero la primera versión del guion se terminó de escribir en 2006.
— ¿Es cierto que estos años hubo menos fomento al cine de parte del Estado?
— Mucho menos, pasa que se ha perdido ese apoyo estatal y hay una mayor demanda. Antes se hacía una película cada cuatro años en Bolivia, ahora se hacen como cinco al año.
— A nivel práctico, ¿qué necesita el cine en Bolivia del Estado?
— Que se apruebe una ley de cine, un fondo de fomento cinematográfico que apoye a todo tipo de películas. Creo que los únicos países que no tienen ley de cine son Haití y Bolivia.
Perfil
Nombre: Marcos Loayza
Profesión: Cineasta y docente
Nació: 29 de noviembre de 1959
Carrera
Estudió Arquitectura en La Paz y cine en San Anonio de los Baños (Cuba). Sus películas son Cuestión de fe (1993), Escrito en el agua (1997), El corazón de Jesús (2004), El estado de las cosas (2007) y Las bellas durmientes (2012).

martes, enero 9

Viaje onírico al averno





Alfonso Gumucio Dagron

El Averno era un bar de mala muerte en el  barrio Belén, en la zona de San Pedro, creo que en el callejón Belzú, cerca de la Illampu, donde solíamos ir de vez en cuando para sentirnos mejores discípulos de Jaime Saenz. No sé si ese era su nombre porque no tenía letrero. Recuerdo que para ingresar había que agacharse para pasar la pequeña puerta de madera y bajar un tramo de gradas que descansaban en un espacio con una veintena de mesas de madera desnudas y manchadas. No fui asiduo del lugar porque nunca me gustó mucho el alcohol, ni siquiera la cerveza, pero confieso que alguna vez terminé pasado de copas y dormido debajo de la mesa después de alguna larga discusión sobre literatura.  
Jaime Saenz tenía la culpa porque había agrupado (sin querer) en torno a sí  un círculo de admiradores incondicionales y creado un mundo literario embriagante de misterio y de muerte, atractivo para los que teníamos una veintena de años y muchas ganas de escribir. 
Esta introducción es necesaria para hablar de Averno (2018) el más reciente largometraje de Marcos Loayza, una de las obras más sorprendentes del cine boliviano en varias décadas. 
Hablar de Saenz tiene mucho sentido no solamente porque aparece como personaje en la película y porque cada escena parece ser un homenaje a la atmósfera onírica de su obra poética y narrativa, sino porque además Jaime era un apasionado de la imagen, elaboraba los collages de las tapas de sus poemarios, dibujaba calaveras y otras cosas, y quizás hubiera sido cineasta si nuestro cine hubiera estado más desarrollado cuando él era joven. 
Su trabajo poético es sin duda cinematográfico en muchos sentidos, y quién mejor que Marcos Loayza, un dibujante compulsivo, creador las 24 horas del día y de la noche, para recrear esa atmósfera desbocada, tan delirante y  sobrecogedora como atractiva y seductora. 
Sin embargo, la cita que abre el filme es de Proust, no de Saenz: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos”. 
Tupah es un joven lustrabotas de 18 años de edad que vive en El Alto y “baja” a La Paz cada día para trabajar, o más bien, para encontrarse con su grupo de amigos del mismo oficio, que parecen no moverse de la misma esquina todos los días, como compelidos a ello por una fuerza invisible similar a la de El ángel exterminador de Buñuel. 
Ese día, y no otro (esto es fundamental), recibe 200 bolivianos y la oferta  de otro billete igual si logra encontrar a su tío Jacinto, músico de tuba en la banda Fusión Los Andes para tocar en el entierro de un militar. Para buscar al tío Jacinto Vino Tinto Tupah se adentra en la noche de los lugares más escabrosos que hubiera podido imaginar. En realidad, cruza el umbral de una dimensión paralela donde la vida y la muerte se encuentran. Pareciera una pesadilla, pero no lo es, porque todo lo que Tupah vive es real, es experiencia vivida de un mundo nocturno amenazante, poblado de personajes extraordinarios y de símbolos que saturan el filme sin darnos mucho tiempo para desentrañarlos.
Es una obra barroca, magníficamentefotografiada (Nelson Wainstein), con decorados  (Abel Bellido) muy elaborados y significativos (con una venia al cine expresionista alemán), vestuarios pensados hasta en el último detalle (Valeria Wilde), un trabajo novedoso en la banda sonora (en dos secuencias la radio parece dialogar con los personajes, algo nunca antes “oído” en el cine boliviano) y escenas que una tras otra nos transportan a dimensiones más complejas, como en un juego de Internet en el que hay que superar las primeras pruebas para pasar a un nivel superior. 
Tupah las supera todas (menos las preguntas kitsch que le hace el anchanchu de la mitología minera, personaje tan extraño como jocoso, que sale de un pequeño socavón) en una persecución que no cesa, atravesando umbrales hacia mundos paralelos donde enfrenta bandas de pandilleros delincuentes y aterriza en bares que sólo existen de noche, que detrás de la primera puerta, fachada o salón encierran, cada uno, otros espacios de atmósfera sorprendente, ambientes a cuál más denso y tenso: El Colosal, La Oficina, Nido de dragones y La Trastienda para llegar finalmente a El Averno, el infierno de donde no sabemos si saldrá con vida a menos que sea acompañado por la serpiente de fuego. Probablemente no, le dicen todos, porque mató al “príncipe de la noche” con una puñalada: “Esta noche morirás”. Ese camino sin regreso es el que caracteriza a toda la historia y justifica la frase de Proust, salvo el final, inexplicable aunque demasiado explícito. 
El lugar “real” en ese mundo onírico es la casa de Jaime Saenz, noctámbulo reconocido y conocedor de todo lo que pasa en la noche de Chuquiago, donde la figura de Santiago de los Caballeros es emblemática, al punto que Jaime Saenz mismo, en la escena siguiente, aparece transfigurado en Santiago para salvar a Tupah de la banda que lo persigue. Lo salvan también bellas prostitutas y una poderosa contrabandista, porque de alguna manera, para todos ellos, Tupah representa la tenacidad que ninguno de ellos tiene para llegar al final, al infierno, representado en El Averno (“Escupa antes de entrar”), donde lo mismo están burócratas corruptos que prelados de la Iglesia. 
Personajes como el anchanchu o lari-lari, Roberto Lara, o el kusillo de la batalla final consigo mismo, enriquecen ese fresco misterioso que parece reflejarse en los grafitis nocturnos de La Paz, que ya no miraremos con la inocencia de antes. 
El viaje que ha emprendido Tupah no es para cumplir un compromiso, como la narrativa lineal podría sugerir, sino un viaje de descubrimiento de sí mismo para salir de la mediocridad y de la monotonía de su vida. Su trayecto nocturno le permite encontrar en sí mismo una fuerza de voluntad que desconocía, un temperamento persistente y testarudo, que el personaje revela poco a poco sin necesidad de que el actor recurra a gestos grandilocuentes. Todo lo contrario, Paolo Vargas (Tupah) mantiene un registro de interpretación muy controlado, una suerte de Buster Keaton frente a la adversidad que tiene la certeza de vencer. 
El mundo onírico que nos ofrece Averno es subyugante, rompe con todo lo que antes pudimos ver en el cine boliviano, el registro realista se confunde con la narrativa onírica de tal manera que no se las puede separar.